Hace unos días leí por
primera vez Persona después de haber visto la película cientos de veces.
Como ocurre en ocasiones, derivó mi interés a un recuerdo de hace años que no
he podido evitar revisitar, otro libro, las memorias de Ingmar Bergman, Linterna mágica.
Vuelvo física y
mentalmente al texto. Lo cojo y lo releo y siento lo mismo que sentí con
veintitantos años, cuando por primera vez me dejé seducir por las palabras del
sueco, y constato que es de lo mejor que se ha escrito dentro de ese que llaman
género autobiográfico. Entonces me pregunto, una vez más en estos meses, ya van
muchas, por qué se distinguen así y se aíslan de este modo, relegados a algo
que no se lee tanto como la novela, los textos que tratan sobre lo vivido y
habitado. Si Linterna mágica hubiera sido escrita por alguien que no fuera Bergman,
probablemente los límites no estarían tan claros. Sea como sea, es este uno de
los mejores textos de la literatura, independientemente del género al que lo
asociemos para clasificarlo.
Recuerdos dolorosos de la
infancia y del padre. Inevitable la búsqueda de un sentido a la existencia que
llenó toda la obra de Bergman. Búsqueda de palabras que expliquen al fin. Esos
diálogos brutales, como el de Secretos
de un matrimonio, una de las películas más demoledoras, la mejor muestra de
cómo se produce el desamor. Niveles de sinceridad para corazones duros.
Silencios que lo deciden todo, como en Persona. La actriz muda, expresiva pero observadora, los papeles
cambiados de repente. Ella asistiendo a la representación de los problemas de
otra mujer, tan lejana, tan cercana, tan amadas y fuertes ambas. En
ellas hay varias mujeres porque en ellas hay muchas vidas, muchas personas,
todas las que somos a lo largo de la existencia, como explica Bergman: «—¿Puede una ser personas totalmente distintas, una al
lado de la otra, simultáneamente?».
Bergman fue dejando su
poso en cada guión y en cada texto escrito, y en Linterna mágica resume su vida y obra porque habla de todas ellas. La gestación, el por
qué, el flechazo con Fårö («Este es tu paisaje, Bergman. Responde a
tus ideas más profundas en lo tocante a formas, proporciones, colores,
horizontes, sonidos, silencios, luz y reflejos. Aquí hay seguridad», se dice a
sí mismo el director en un momento de descripción de ese lugar soñado), el
dolor y su ausencia, la infancia y el
pasado, con el no se ha acabado de reconciliar.
Al final de Linterna mágica va a ver a su madre, que escribe afanosa en su diario privado y no quiere ser molestada con lo que parece
juzgar como niñerías del pasado cuando su hijo la interroga sobre momentos de
la infancia:
«—Reñíamos, usted me
pegaba en la cara. Yo le devolvía el golpe; pero, ¿por qué reñíamos? ¿Por qué
esos terribles ajustes de cuentas, portazos, lágrimas rabiosas? (...) ».
Y más adelante, resume:
«Lo que veo con seguridad
es que nuestra familia estaba compuesta por personas de buena voluntad con una
herencia catastrófica de exigencias desmedidas, mala conciencia y sentimiento
de culpabilidad».
No hay respuestas en la
vida de Bergman, y a pesar de las memorias y de lo escrito, de todo lo que
indagó con auténtica pasión, no encontró las palabras de alivio y de
explicación que buscaba. Quizá por ello escribió tantos diálogos posibles, y
expuso a sus personajes a situaciones extremas, imaginando conversaciones en
las que por fin uno podía comprender y dormir tranquilo. Conversaciones que duran noches y días. Y en su vida
real, sin embargo, parece solo adivinar, y se le olvida preguntar al otro:
«Durante el rodaje de Persona nos alcanzó la pasión a Liv y a mí. Una grandiosa
equivocación me llevó a construir la casa pensando en una vida en común en la
isla. Olvidé preguntarle a Liv su opinión. Me enteré después por su libro Transformaciones».
En esa visita final a la
madre, en la que lleva consigo la necesidad de explicaciones cuando ya es tarde
y ella es mayor y no quiere hablar ni recordar mientras escribe un diario
infinito, de nuevo Bergman no consigue nada. La madre, tranquila, le responde:
«—Debes hablar de eso con alguna otra persona. Yo estoy demasiado cansada». Y
la última frase de la obra resume, por fin, cómo es la vida: «Uno tiene que
arreglárselas como pueda.»
Bergman fue esas muchas
personas, las que estaban en silencio y las que hablaban sin parar buscando
sentido a la existencia. Persona le salvó la vida cuando, estando enfermo, tuvo la idea
y la rodó. En un momento de la obra, Alma dice esto a la actriz Elisabet, que
permanece en su mutismo:
«—¿Por qué tiene que ser
así? ¿Es importante no mentir, decir la verdad, que el tono sea sincero? ¿Es
necesario? ¿Acaso es posible vivir sin hablar de vez en cuando? Sin decir
tonterías, sin exculparse, sin mentir, sin andar con evasivas. Sé que tú has
optado por callar porque estás cansada de todos tus papeles, de todo aquello
que dominabas a la perfección. Pero, ¿no es mejor permitirse ser estúpido e
indolente y charlatán y mentiroso? ¿No crees que podemos ser algo mejores si
nos permitimos ser como somos».
Linterna mágica es el testamento artístico y vital de Bergman y Persona solo
una pequeña parte de sí mismo, una parte diminuta que me conmueve por la herida
que muestra, por cómo los silencios y la palabras pueden crear una melodía tan
perfecta y decir tanto de uno mismo.
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