He terminado de leer Letra rebelde, de «La lectora común» o Natalia Carrero, como prefiráis, las
dos son geniales. No hace mucho terminé otra obra estupenda de la autora, Yo misma, supongo, y me preguntaba cómo me atraían tanto esas
historias sobre mujeres que quieren escribir a toda costa pero no pueden evitar
verse constantemente interrumpidas por los quehaceres cotidianos, las rutinas
del ama de casa y propias de una madre, la necesidad de ganar dinero. (Me
encanta la imagen de los niños correteando a su alrededor, en Yo misma, supongo, mientras ella intenta
escribir. Hay mucha belleza en este empeño).
Letra rebelde es
un libro ilustrado. Yo misma, supongo
alterna la narración con algunas ilustraciones, letras, puntitos, textos
recuadrados con mensajes sabios que siempre quisimos que alguien nos dijera y
nos dirigiera, que hubieran pensado para nosotros. La edición de Rata Books es
preciosa, y el libro encaja como un guante en esta editorial. Si amas la
lectura y escribir, pero esta se te hace a veces bola es posible que encuentres
consuelo muy vivo en Natalia Carrero. Además de las numerosas y acertadas
reflexiones vitales sobre todo lo que nos rodea en la maraña del mundo
occidental en la que vivimos, hay un hurgar en el interior que hace que nos
caiga bien porque nos reconocemos en esas entretelas de la conciencia vital y creadora.

Me ha recordado, a ratos, a UNA, la artista inglesa que creó esa
interesante novela gráfica sobre la
violencia hacia las mujeres, Una entre
muchas. Mujeres solas, indefensas, en mitad de la página, en mitad de la
nada, intentando ser alguien y encontrarse. A sus protagonistas las maltrata
vilmente esa sociedad que ayuda a crearlas para cargárselas en cuanto puede. Vulnerables
y solitarias a la fuerza. La soledad como refugio para escribir y narrarse.
Las madres protagonistas de estas dos obras de Natalia se
obligan a tenerlo todo a punto pero eso les deja poco espacio y tiempo para la
creación. Necesitan ese rincón que no tienen. Como decía Virginia Woolf, hace
falta dinero y un cuarto propio para poder escribir. Y las mujeres que crea
esta autora tienen uno muy pequeño en el que se ven interrumpidas
constantemente por la realidad de los hijos y lo doméstico, y por la falta de
dinero. La presión es constante, es difícil llegar a escribir algo decente.
En Yo misma, supongo,
la protagonista, Valentina Cruz, comenta: «Escribir es engañar, engañarnos. Y,
con un poco de suerte, sonreír en un entrelineado». Las obras de Natalia
Carrero nos hacen reflexionar sobre el acto creativo pero nos animan, además, a
luchar contra lo establecido, contra lo que se supone que debemos hacer para
ser alguien en este mundo, en el entorno familiar y social. Nos miramos en una
mujer que araña el tiempo para entregarse a lo que más desea, escribir. A veces
las lecturas se le atragantan y solo ve letras. A veces, las asimila y comparte
las que le han transformado. (En Letra
rebelde recomienda, por cierto, una de mis lecturas favoritas, Cómo aprendí a leer, de Agnès
Desarthe).
Desde la soledad y el deseo, más fuerte que ningún otro, de
leer y escribir a toda costa, los personajes femeninos se descubren como seres
poco entregados a lo que se supone que deberían entregarse, la casa y los
hijos. Mujeres creadoras que no tienen tiempo para escribir o dibujar, y cuando
lo tienen es entre pañales, comidas y otras obligaciones. Desde su extrañeza y
su reflexión nos acogen a nosotros, lectores ya fieles y más felices gracias a
sus apuntes y sus creaciones nacidas entre comida y comida, entre la plancha y una colada.
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