lunes, 21 de noviembre de 2016

Aventura (personal) literaria

J leía en bibliotecas. No acumulaba libros, como yo. No los tocaba ni los pensaba después. No se quedaba absorto pasando simplemente las páginas de lo ya leído por placer de repaso, de encontrar a fogonazos palabras y frases que le habían gustado.

Le gustaba leer, como a mí. Pero tras la lectura, volvía a la biblioteca y devolvía esos libros que yo sí atesoraba y mimaba, cada uno con un lugar en mis estanterías caseras. Quiso convencerme desde el principio. Y cuando estás enamorada, te dejas convencer. De lo que sea. De que es de locos hacer una montaña de esa injusticia o de algo tan banal como que un libro solo es importante por dentro, que lo de fuera es solo funda y sustento.

Dejarse querer es como abandonarse, y da gustito. Que te abracen y no te importe nada hasta que las cosas empiezan a importarte de nuevo.

J no apreciaba el objeto y a mí me extrañaba, pero formaba parte de una extrañeza que abarcaba mucho más que su relación con los libros, así que no le daba mayor importancia.

Un día, J y yo tuvimos un niño, y cuando el crío pintaba las hojas de los cuentos y él le dejaba mientras yo le reñía, J me decía que el libro no era sagrado. Y lo mismo ocurría cuando el niño tiraba del rabo de un perro y él lo disculpaba diciendo que solo era un niño, que no se daba cuenta de lo que hacía, que el perro era solo un perro.

Yo empecé a darme cuenta de que a J no le importaba nada más que él mismo, y su descuido hacia la belleza y el trato delicado con los objetos, y hacia la fragilidad de los débiles, me iba advirtiendo silenciosamente, sin que yo quisiera darme cuenta del todo, solo como una ligera molestia en el hombro tras haber llevado mucho peso.

Poco a poco, vas sacando conclusiones vitales sobre las personas, que te ayudan a clasificarlas y a protegerte de ellas. Mi tonta medida ahora es: no te fíes de quien no tiene libros propios en casa ni de quien no ama a los animales. Ni, por supuesto, de quien te dice que lee pero que no quiere acumular libros y por eso no los mantiene, ni del que te cuenta que los animales le gustan, pero no en las casas, mejor en su entorno natural.

Hay aventuras literarias terroríficas y aventuras en la vida que nunca debieron ocurrir. Es solo una reflexión, pero para eso estamos.

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