Después de tantos intentos infructuosos por parte de científicos e ingenieros, la máquina del tiempo había funcionado.
Intenté explicar al primer humano que me encontré de dónde venía y lo que me había llevado hasta allí. El sol me daba de lleno y la piel empezaba a achicharrárseme. El habitante parecía llevar una fina capa de una especie de plástico que le cubría toda la piel visible, que yo supiera, y que le impedía quemarse, pero yo no tenía con qué protegerme, así que intenté ser breve y resumirle mi historia en pocas palabras.
Hablé y hablé, más de lo que hubiera querido, y le pregunté finalmente: “¿Me comprende?”. Y él me miró y me dijo: “Bla, bla, bla”. “Qué maleducado”, pensé mientras notaba que ya me estaban saliendo ampollas del sol abrasador al que no podía evitar porque todo lo que me rodeaba era desierto sin sombra.
Regresé frustrada y poco pude aportar a los científicos que esperaban con ansiedad mi vuelta.
Años después, el lenguaje evolucionó y se sintetizó, por lo que con pocas palabras podías decir mucho, incluso decirlo todo. De tal modo que, por ejemplo, Bla, bla, bla significaba Lo comprendo, y entonces se entendieron las anotaciones de un grupo de científicos a los que tildaron de locos en su momento cuando aseguraron que habían viajado en el tiempo y que el futuro era un desierto sin sombra con un sol abrasador y un lenguaje conciso con el Bla, bla, bla como respuesta cínica a cuestiones emocionalmente intensas.
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