martes, 23 de abril de 2013

Hoy, relato


Las señales


Yo marcaba las páginas. Hacía una señal porque nunca me gustaron los marcadores, me parecían aparatosos, y el hecho de doblar las páginas hacía que las señales, pasado el tiempo, hicieran estar vivo el libro. Un libro sin marcas es como un libro no leído ni escrito, como si nadie lo hubiera abierto nunca, como si nunca hubiera sido.

En los libros yo lloraba a veces, sí, leía y lloraba, y dejaba que las lágrimas cayeran en el papel porque me parecía precioso ver cómo se humedecía. Pero los tiempos han cambiado y resulta que en mi aparatito nuevo, que tanto se parece al libro, lloro pero solo he de secarlo con un pañuelo para que no quede ni rastro. 

Son mis libros sin señales, a los que me voy acostumbrando. La última redada se llevó a los que me quedaban de papel. Los guardianes me dejaron solo unos cuantos moratones en la espalda para que escarmentara. Me advirtieron: “No queremos volver a verte con un libro de verdad en la casa”.

Y sigo leyendo sin saber al acabar si lo que leí existió, si existió ese momento de lectura, porque no puedo dejar marcas de esquinas dobladas y agua salada, y si me llevo el artilugio a la playa y se llena de arenas puede estropearse, cuando antes me encantaba abrir un libro pasado el verano y ver caer en la alfombra la arenilla de los días estivales. Entonces me entra nostalgia y me miro las señales de los golpes en la espalda, y veo que son reales y me siento más tranquila, porque en verdad yo sí existo.

Elsa Veiga


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