Una recopilación de prosa –poética, en ocasiones– de Eduardo
Galeano.
Pequeñas historias sobre el mundo y los que lo habitamos, al estilo de los microrrelatos que ahora se han puesto de moda, pero con más enjundia.
Extrañamente ilustradas por el autor, lo que no afecta a la
lectura pero le da un toque más exótico, de selva y Quiroga. Algunos párrafos
parecen greguerías.
El hecho de que den la sensación de haber sido escritos sin esfuerzo es
su mayor atractivo. Se pueden releer una y otra vez. Se han de releer al menos
una vez.
El amor, la valentía, la bondad o la belleza se pasean
libremente por las páginas de un libro que me compré yo pero me dedicó la amiga
que me lo recomendó: escribió en la última página con tinta verde. Lo
mojamos sin querer, con una copa derramada, una tarde larga en La Latina, y eso
lo ha hecho especial.
Lugar mágico al que
acudir para leer algo parecido a la poesía y el aforismo pero que se
entiende mejor, como si estuviera escrito para un niño ingenioso.

La sensación mientras
lo lees es la de que todo lo que te rodea tiene más sentido del que parece, y te entra una alegría melancólica que te transporta al pasado que nunca tuviste.
Léelo si estás
pasando una época de sequía literaria y quieres balancearte en la lectura
sin demasiado esfuerzo pero con grandes resultados para el corazón y la
memoria.
El momento: En el
transporte público tras un día duro, después del que necesitas despejarte la
cabeza. O en un barecito o café mientras esperas a que llegue, en un rato aún
largo, tu cita. Tienes tiempo, pero no todo el del mundo.
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