martes, 26 de marzo de 2013

Los descubrimientos inesperados: "La maldición de Hill House" o el misterio de la casa enferma


Hay momentos a lo largo de la vida, no muchos, en los que más que buscar y encontrar el libro deseado, este cae en tus manos sin querer. Quizá en una azarosa búsqueda en la red, una página web te lleve a un enlace desconocido y aparezcas en otro espacio, en una nueva habitación mágica -así me gusta imaginar, cuando navego, que sucede- en la que el nombre de un autor, una portada atractiva, una sinopsis bien contada te empuja a querer saber más y, en consecuencia, a descubrir a un nuevo autor desconocido para ti hasta el momento.

En estos últimos días he hecho dos grandes descubrimientos. El primero del que hoy quiero hablar no sé muy bien cómo llegó a mis manos, fueron tantos los intermediarios que me llevaron hasta él. El caso es que el mismo día que recibí mi nuevo portátil, desde el que ahora escribo, me llegó un ejemplar de una de las novelas más sugerentes e inteligentes que he leído.

Es curioso que en torno al género de horror haya siempre una especie de tabú o desprecio hacia lo que se considera un género menor. Probablemente haya unos géneros con más fama que otros. Así, un drama tiene todas las de ganar frente a una obra denominada de terror. Estas etiquetas y distinciones tan exclusivistas acaban clasificando a las obras de un modo poco congruente y efímero.

Mi película favorita de amor  drama y llanto -lloro invariablemente cuando la veo- es Los otros. Sí, sé que es una película de horror, lo es sin duda, pero también de las más maravillosas historias de amor y drama vital después incluso de la muerte. Qué puede haber más terrorífico que seguir sufriendo los problemas de un vivo una vez muerto. Las mismas preocupaciones, los mismos sinsabores, sin saber que uno ha desaparecido para los vivos. Es un drama que nos arranca el alma. ¿Y el amor brutal en el Drácula de Coppola? ¿No es una de las más bellas historias de amor de la historia de la literatura y del cine? Sensual, apasionada, atemporal. En fin, hay cantidad de ejemplos de las denominadas únicamente -ese es el problema- películas o novelas de horror que han quedado encasilladas y ninguneadas precisamente por ello, por haber sido clasificadas así de simplemente y dentro de un género poco alabado por los críticos literarios y cinematográficos.

Una de las obras descubiertas recientemente es una delicia publicada por Valdemar gótica a la que me llevó otra cosa una de esas tardes de husmeo y placer de búsqueda. Se trata de una novela llamada La maldición de Hill House, y es una de las primeras obras literarias -sí, así me atrevo a llamarla, aunque me acusen de osada- que trató el tema de las casas encantadas, casi diría que inició el género que abrió camino a muchas de las novelas, relatos y películas que se hicieron posteriormente. El propio Stephen King reconoció la influencia de esta obra en El resplandor. Si nos detenemos en la lectura de la obra más famosa del autor quizá lo percibamos. No creo, sin embargo, que la obra de King pueda estar entre las mejores obras de horror de todos los tiempos -falla el estilo y la puesta en escena, no la historia, casi perfecta-, pero sí la de Shirley Jackson -una mujer que frecuentaba con notable éxito el género, común entre las amas de casa americanas de los cincuenta, llamado Fiction of Domestic Chaos e historias para niños-. 

A pesar de algunos errores, a mi parecer de estructura y de desarrollo del misterio en torno a la casa malévola, esta obra debería estar en los manuales de literatura de donde las novelas de ficción fantástica y horror han sido lamentablemente desterradas, excepto unas pocas excepciones que se han mantenido por la época en la que fueron escritas, por el entorno, el contexto, razones para sostener El monje o Melmoth el errabundo, que me parecen soporíferas y están, sin embargo, tan bien consideradas por los críticos que detestan muchas de las que están las escritas entrado el siglo XX.

Busco con fruición en Amazon y en Iberlibro todo lo que pueda haber sobre la autora tras terminar esta delicia que se me apagó entre los dedos sin quererlo y que me ha hecho olvidar durante días al resto del mundo, tan enfrascada me he mantenido en la lectura. Me he encontrado, estremecida, ante títulos infantiles con portadas luminosas alternando en la lista de resultados con las más tenebrosas de casas encantadas y  rostros contraídos en un grito que no escucho pero imagino. En algunas, aparece el rostro de la autora, con aspecto ciertamente poco amable y algo ido, que me mira desde la cubierta de volúmenes que recogen sus historias cortas.

Busco incansable una edición de Edhasa pero no la encuentro. Quiero leer todo lo que en su faceta de horror y misterio ha escrito, quiero husmear hasta las profundidades de esta apasionada de los fenómenos psíquicos que murió con solo 48 años, sostienen algunos que debido a una maldición. Sus enfermedades psicosomáticas y los continuos tratamientos para curar su neurosis pudieron influir, sin duda, en su temprana muerte. Parece más creíble esta posibilidad. Pero cuando terminamos de leer La maldición de Hill House, la atmósfera opresiva de esa casa leprosa nos invade hasta el último momento en un final nada predecible que no queda absolutamente claro, o al menos a mí no me lo ha parecido. Leedla y lo comentamos.

Dejo, como adelanto, el comienzo excepcional de la novela, con esa prosa cuidada y nada obvia que nos acerca aún más a la trama compleja que se urde en torno a la investigación de fenómenos paranormales que un grupo de cuatro personas decide afrontar alquilando el enorme edificio enfermo:

Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan. Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas, acumulando oscuridad en su interior; llevaba así ochenta años y así podría haber seguido otros ochenta años más. En su interior, las paredes mantenían su verticalidad, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los suelos aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo. (Ed. Valdemar, pág. 19).


1 comentario:

  1. Lo leeré, sin duda; estoy deseando que caiga en mis manos.

    Anuski.

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