sábado, 13 de julio de 2013

El fuego de Yourcenar

Hay fuegos difíciles de apagar. Llamas y amores que se inflaman con el despecho e incluso, quién lo diría, con el tiempo, que es mentira que lo cura todo, más bien al revés, incendia almas y aviva recuerdos porque es humano idealizar lo ya vivido y reconciliarse con los hechos pasados dolorosos para poder seguir viviendo.

No hay amor sin fuego, sin arrebato, sin lágrimas. Sin dolor, en algún momento de su existencia. Escribe Marguerite Yourcenar en lo que podría considerarse un ensayo poético sobre el amor y el desamor, y quizá su mejor obra, Fuegos, lo siguiente: "No hay amores estériles. Y es inútil tomar precauciones. Cuando te dejo llevo dentro de mí el dolor, como una especie de hijo horrible".

La crisis vital que le produce la pasión no correspondida por su editor, la llevan a escribir en prosa, pero de manera profundamente poética, y tomando como punto de partida algunos de los mitos griegos más apasionados, narraciones incendiadas en las que hay mucho de la historia contemporánea que la rodeaba. Nueve deliciosas piezas salpicadas en los intermedios por pensamientos y reflexiones más breves sobre el sentimiento amoroso y el desgarro producido por el desamor.


Anoche, en Mérida, tuve la oportunidad de escuchar a Yourcenar mientras contemplaba las estrellas y los hermosos restos del pasado se recortaban en un cielo azul oscuro. Una brisa suave, cálida, llegaba para estremecerme en cada frase, con cada grito. Espléndidas actrices, lejanas y solo vislumbradas desde donde las observaba, pero con voces claras que me permitían no perderme ni una palabra, iban dejando el texto en el escenario. 
Las palabras de Yourcenar se me colaron en el alma sin remedio: "Uno solo muere cuando está solo". 

Anoche, y aun acompañada, estaba sola. Esa soledad única en la que la belleza de un momento es tu única compañera. Hay lugares en los que uno no se siente solo aunque nunca antes hubiera estado ahí, con la sensación de conocer el espacio desde hace siglos, el lugar perfecto para tenernos retenidos un tiempo, el que dure la visita, la experiencia. Desde lo más alto del anfiteatro imaginaba a hombres y mujeres de otra época escuchando las palabras, el verbo, de actores cubiertos de maquillaje y máscaras. Cuando te unes de este modo a un lugar, los pequeños problemas cotidianos, e incluso el amor o el desamor doliente que ayer tanto te hirieron, pasan a un segundo plano.

"Se llega virgen a todos los acontecimientos de la vida. Tengo miedo de no saber cómo arreglármelas con mi dolor". Una actriz recita así a Yourcenar, y la frase me arranca lágrimas. Es como una oración para aliviar el desconsuelo. Así la siento y la interiorizo. Aún conmocionada, tengo la certeza de que a veces uno va a encontrar las respuestas que le devolverán la paz en los lugares más insospechados. 

Mérida me reconcilia conmigo misma esta noche franco-romana y atemporal.


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