Hace cinco años -veranos- me operaron de apendicitis, y en la convalecencia obligatoria en casa cayó en mis manos Los hombres que no amaban a las mujeres, y la segunda y la tercera parte, después, cuyo fin me dejó vacía en septiembre, sin ánimo para leer ni para nada. Solo quería un poco más, como la yonqui que ya era, necesitada de las palabras de Larsson, de las de algún otro que supiera mantener mi atención, mis ganas y no permitirme más que pensar en los personajes como seres vivos que me podría encontrar a cada paso y que me gustaban u odiaba. Estaban vivos y yo con ellos. Me sentía partícipe de una aventura emocionante, como cuando leía a Julio Verne o a Conan Doyle.
Este verano, en otra de esas azarosas casualidades, ha caído en mis manos La verdad sobre el caso Harry Quebert de un tal Joël Sicker, al que no conocía de nada. Me dejé llevar por esa cantidad de premios otorgados y por la crítica de algunas de las más prestigiosas revistas de crítica literaria, y empecé a leerlo.

Una ciudad americana con vecinos aparentemente sencillos y normales se ven implicados poco a poco en un crimen del pasado que vuelve loco a un escritor en pleno periodo de sequía literaria.
No cuento más. Leedlo, devoradlo, dejaos llevar por la prosa, la metaliteratura a cada paso, la sensibilidad para narrar el mundo que nos rodea de la manera más simple pero sin obviedades.
Lectura veraniega, perfecta para los que tengáis muchos días por delante en los que el tiempo fluye sin prisa, como el estío.
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