Las bibliotecas de los otros son apetitosas como un plato
que sabemos sabroso y que no hemos hecho nosotros. Es el tesoro guardado con
celo que alguien ha recaudado para goce propio y de las visitas y nos lo dice
todo sobre el propietario.
Durante las fechas navideñas ocurre que se hace tarde y las
noches invernales son frías y poco dadas a los traslados de una casa a otra,
así que cabe la posibilidad de que nos quedemos a dormir en casas donde antes
no lo habíamos hecho. En algunos casos, la cama de invitados se encuentra en la
biblioteca, como me ha sucedido a mí estas fiestas, y el placer de dormir en
casa ajena, en sí mismo ya una aventura maravillosa, casi como estar de visita
en una nueva ciudad o hacer turismo de fin de semana, se duplica con el acceso
ilimitado en tiempo y en número a las obras literarias del dueño de la casa, a
sus textos favoritos, a los volúmenes caprichosos que por azar o con verdadero
interés encontró en esta u otra ciudad, en aquella librería perdida… Quizá
incluso lo haya anotado en la primera página y no solo descubramos gustos
literarios sino relaciones de mil años atrás.
Me encanta husmear en las estanterías de las casas, sí, me
chifla. Me gusta dar un vistazo general y después detenerme en títulos
concretos, en ediciones que nunca tuve y me asombran. Mi biblioteca, ordenada
por géneros, hace que me sorprenda el orden libresco de los otros.
La Nochebuena, al término de una cena tranquila y familiar,
me encontré husmeando al calorcillo de la casa dormida que me acogía esa noche,
con la iluminación tenue de una lamparita pequeña, una excelente biblioteca
ordenada por los países de origen de los autores.
Vagué de un lado a otro, abrí, olí, me detuve en
contracubiertas, me paré en algunas frases excelentes y me quedé en El leopardo de la medianoche, la obra de
un autor y periodista británico, James McClure, publicado por Funambulista, una
novela negra narrada con una sintaxis cuidada, en la que cada palabra escogida
con mimo, cada frase, cada gesto descrito son fundamentales para crear un ritmo
loco en la narración. Me gustó.
Al día siguiente, después de un cariñoso y dulce desayuno
con la familia, me llevé el libro a casa y ahí terminaré de disfrutarlo, porque
si algo tienen las bibliotecas de los otros es el sabor del descubrimiento, de
lo nuevo que siempre nos sorprende y que no concebimos cómo no leímos antes,
cómo no cayó en nuestras manos otra noche de invierno.
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