jueves, 26 de diciembre de 2013

Las bibliotecas de los otros

Las bibliotecas de los otros son apetitosas como un plato que sabemos sabroso y que no hemos hecho nosotros. Es el tesoro guardado con celo que alguien ha recaudado para goce propio y de las visitas y nos lo dice todo sobre el propietario.

Durante las fechas navideñas ocurre que se hace tarde y las noches invernales son frías y poco dadas a los traslados de una casa a otra, así que cabe la posibilidad de que nos quedemos a dormir en casas donde antes no lo habíamos hecho. En algunos casos, la cama de invitados se encuentra en la biblioteca, como me ha sucedido a mí estas fiestas, y el placer de dormir en casa ajena, en sí mismo ya una aventura maravillosa, casi como estar de visita en una nueva ciudad o hacer turismo de fin de semana, se duplica con el acceso ilimitado en tiempo y en número a las obras literarias del dueño de la casa, a sus textos favoritos, a los volúmenes caprichosos que por azar o con verdadero interés encontró en esta u otra ciudad, en aquella librería perdida… Quizá incluso lo haya anotado en la primera página y no solo descubramos gustos literarios sino relaciones de mil años atrás.


Me encanta husmear en las estanterías de las casas, sí, me chifla. Me gusta dar un vistazo general y después detenerme en títulos concretos, en ediciones que nunca tuve y me asombran. Mi biblioteca, ordenada por géneros, hace que me sorprenda el orden libresco de los otros.

La Nochebuena, al término de una cena tranquila y familiar, me encontré husmeando al calorcillo de la casa dormida que me acogía esa noche, con la iluminación tenue de una lamparita pequeña, una excelente biblioteca ordenada por los países de origen de los autores.

Vagué de un lado a otro, abrí, olí, me detuve en contracubiertas, me paré en algunas frases excelentes y me quedé en El leopardo de la medianoche, la obra de un autor y periodista británico, James McClure, publicado por Funambulista, una novela negra narrada con una sintaxis cuidada, en la que cada palabra escogida con mimo, cada frase, cada gesto descrito son fundamentales para crear un ritmo loco en la narración. Me gustó.

Al día siguiente, después de un cariñoso y dulce desayuno con la familia, me llevé el libro a casa y ahí terminaré de disfrutarlo, porque si algo tienen las bibliotecas de los otros es el sabor del descubrimiento, de lo nuevo que siempre nos sorprende y que no concebimos cómo no leímos antes, cómo no cayó en nuestras manos otra noche de invierno.


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