jueves, 17 de abril de 2014

La pasión lectora que te debo

No es uno de esos retiro de escritor, no un aislamiento de unos días. Finalmente ha sido D.F. la encargada de acoger el último suspiro de Gabo.

Era cercano desde que tengo uso de razón, como uno más en casa. Mamá no se cansaba de elogiarlo. Gracias a ella aprendí a amarlo. Me costó, porque el primero que me hicieron leer en el instituto fue Crónica de una muerte anunciada y me resultó complejo, extraño para las lecturas decimonónicas tradicionales en las que me había educado y a las que estaba acostumbrada. Leer de pronto aquello no fue fácil. Me olía a sangre y me deslumbraba el sol cuando leí la novela. 

Después vinieron La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba. Fue mucho después cuando apareció Macondo y los Buendía llegaron a mi vida lectora, casi real. Con Cien años de soledad y el realismo mágico me hice mayor y entendí ese amor rabioso que solo ocurre a veces, y el amor más tierno de El amor en los tiempos del cólera.


Mucho que decir, que pensar. Gabo ha estado en cada etapa de mi vida y en cada una ha desempeñado la misma función, la de hacerme una apasionada lectora cada vez más apasionada, la de no entender la literatura más que a través del universo creador y creativo de este hombre que nos robó el corazón y un poco del alma. Cada nuevo libro, incluso los apuntes biográficos como Vivir para contarla o los textos puramente periodísticos, tenían esa fuerza humanizadora, grande, que nos arrastraba hasta que terminábamos la lectura. En épocas de sequía lectora siempre he recomendado su lectura. Los cuentos, prodigiosos, las novelas, más mágicas que realistas por lo posibles, cualquier ensayo... Incluso esos libros sobre el taller de cuentos que él mismo impartió. Supo cómo contarnos el cuento, y la historia que fuera era en sus manos arrolladora y nos dejaba sin aliento, días y días boquiabiertos, hojeando incrédulos las páginas leídas y preguntándonos, "¡pero cómo lo hace!". Yo aún no lo sé. No sé cómo consigue atraparnos, y no me convence ninguno de los ensayos críticos sobre su obra que hablan del estilo, los argumentos, etcétera. Tiene que haber algo más, un don que traspasa los cánones, como los que estos días celebramos que tuvieron Shakespeare y Cervantes. No habrá nuevos títulos que gozar. Gracias a que poseemos la relectura, bendita sea, como consuelo, para suplir la ausencia de todos ellos.

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