E. B. White es de
esas figuras de la primera mitad del siglo XX criado entre periódicos y
revistas. Periodista, escritor y publicista de profesión, se graduó en Artes y
desempeñó diferentes trabajos hasta llegar a ser lo que siempre sería ya, un
excelente reportero, por utilizar la palabra de entonces. En los años veinte publicó
numerosos ensayos en The New Yorker, una de las revistas literarias más
influyentes del momento. Años después, su primer libro infantil, Stuart Little, aunque en la actualidad
es muy conocido su ensayo Esto es Nueva
York, otra de mis lecturas americanas de este verano.
Es un ensayo brevísimo en el que el autor vuelve a Nueva
York un verano, el de 1948, en el que desde el hotel en el que se aloja percibe
los sonidos y las imágenes de un Nueva York que sin conocer me imagino. El
calor aplastante, el crecimiento imparable de los barrios, la desaparición de
unos lugares y la apertura de otros. Pero sobre todo White toma el pulso al tipo
de habitante y al porqué de la elección de Nueva York como lugar de residencia.
Claro, hablamos de los años cincuenta, de un país que estaba empezando a
recuperarse y a cobrar de nuevo el humor tras la guerra mundial. El interés de
ciertas editoriales por los libros de viajes en los que consagrados escritores
podían expresar sus de nuevo reanudadas escapadas a lo largo del mundo, produjo
este texto, que le fue encargado a White.
Estremecedora la alusión, por premonitoria, de la fragilidad
de la ciudad, que en cualquier momento, por ser centro de muchas culturas,
puede ser atacada por aviones que quieran estrellarse contra los altos
edificios. Parece una broma, pero es cierto, lo escribe. Pero me quedo sobre
todo con el ritmo de la ciudad, con esa velocidad que ciega y a la que uno se
sube si quiere, si no, puede permanecer en la tranquilidad de un solo barrio,
con un solo tendero, como en el pueblo desde el que llegó para tener más
emociones y vivir la vida con intensidad de espíritu. Siempre es así. Los que
adoramos las grandes ciudades lo hacemos no porque estemos constantemente
inmersos en todas sus actividades, sino por la posibilidad de acceder a ellas
cuando queramos.
Es bonito ver cómo las ciudades son en esencia lo mismo
cuando se habla de ellas. Lees a Galdós y ves Madrid. No el Madrid de ahora en
cuanto a barrios, habitantes y forma de comportarse en general, pero sí en
esencia. La de Nueva York está en este brevísimo ensayo de White que aumenta
las ganas de viajar a la ciudad a la que uno puede ir a recuperar su identidad,
si es que la ha perdido, y que quizá encuentre en el Village o en Ellis Island,
junto a las almas de los muchos que llegaron allí desde tierra extraña, quién
sabe.
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