viernes, 25 de julio de 2014

Otro ensayo neoyorquino

E. B. White  es de esas figuras de la primera mitad del siglo XX criado entre periódicos y revistas. Periodista, escritor y publicista de profesión, se graduó en Artes y desempeñó diferentes trabajos hasta llegar a ser lo que siempre sería ya, un excelente reportero, por utilizar la palabra de entonces. En los años veinte publicó numerosos ensayos en The New Yorker, una de las revistas literarias más influyentes del momento. Años después, su primer libro infantil, Stuart Little, aunque en la actualidad es muy conocido su ensayo Esto es Nueva York, otra de mis lecturas americanas de este verano.

Es un ensayo brevísimo en el que el autor vuelve a Nueva York un verano, el de 1948, en el que desde el hotel en el que se aloja percibe los sonidos y las imágenes de un Nueva York que sin conocer me imagino. El calor aplastante, el crecimiento imparable de los barrios, la desaparición de unos lugares y la apertura de otros. Pero sobre todo White toma el pulso al tipo de habitante y al porqué de la elección de Nueva York como lugar de residencia. Claro, hablamos de los años cincuenta, de un país que estaba empezando a recuperarse y a cobrar de nuevo el humor tras la guerra mundial. El interés de ciertas editoriales por los libros de viajes en los que consagrados escritores podían expresar sus de nuevo reanudadas escapadas a lo largo del mundo, produjo este texto, que le fue encargado a White.



Estremecedora la alusión, por premonitoria, de la fragilidad de la ciudad, que en cualquier momento, por ser centro de muchas culturas, puede ser atacada por aviones que quieran estrellarse contra los altos edificios. Parece una broma, pero es cierto, lo escribe. Pero me quedo sobre todo con el ritmo de la ciudad, con esa velocidad que ciega y a la que uno se sube si quiere, si no, puede permanecer en la tranquilidad de un solo barrio, con un solo tendero, como en el pueblo desde el que llegó para tener más emociones y vivir la vida con intensidad de espíritu. Siempre es así. Los que adoramos las grandes ciudades lo hacemos no porque estemos constantemente inmersos en todas sus actividades, sino por la posibilidad de acceder a ellas cuando queramos.


Es bonito ver cómo las ciudades son en esencia lo mismo cuando se habla de ellas. Lees a Galdós y ves Madrid. No el Madrid de ahora en cuanto a barrios, habitantes y forma de comportarse en general, pero sí en esencia. La de Nueva York está en este brevísimo ensayo de White que aumenta las ganas de viajar a la ciudad a la que uno puede ir a recuperar su identidad, si es que la ha perdido, y que quizá encuentre en el Village o en Ellis Island, junto a las almas de los muchos que llegaron allí desde tierra extraña, quién sabe.


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