Me detengo en las páginas de una novela que leo estos días,
una más de mis lecturas neoyorquinas, Un árbol crece en Brooklyn. Me detengo y
leo de nuevo las páginas en las que una madre explica cómo fomentar el hábito
de la lectura en sus hijos y hacerlos un poco más listos que ella. Leyendo una
página por noche, una de la Biblia protestante y otra de las obras completas de
Shakespeare, cree que conseguirá alejarlos de la pobreza y acercarlos a un
fututo mejor.
La novela está ambientada en los años veinte del siglo
pasado en Nueva York y se desarrolla en Brooklyn. El analfabetismo está a solo
una generación de esa madre de origen austriaco. Cuando nacen sus hijos, su madre austriaca,
analfabeta, recomienda la lectura de las dos páginas por noche a los niños, como si con
ello pudiera exorcizar el demonio de la ignorancia, del catetismo.
Los inmigrantes que llegaban a Nueva York en
aquellos años se establecían y eran explotados. Pronto los sindicatos comenzaron a amparar a
los trabajadores. Estos pagaban una cantidad y con ello tenían asegurado un salario
y la obligación del pago una vez hecho el trabajo. La educación a partir de los
seis años era obligatoria. Parece que estuviéramos hablando de otro país y de otros
tiempos, pero no es así. La novela cuenta deliciosamente estos hechos y nos
enfrenta a la miseria, al hambre, a un barrio neoyorquino que probablemente
cuando vaya a Nueva York no reconozca por lo que haya leído en esta novela pero
que me ayudará a comprender. Siempre quedan cosas del pasado en las ciudades, y
si algo queda, es posible descubrirlo gracias a que leo, a que tengo la suerte
de pertenecer a la estirpe de los que aprendimos a leer. Pienso en generaciones
de mujeres pobres y hambrientas sin tener siquiera la imaginación de la que la
lectura nos dota para sobrellevar el dolor de la realidad.
Pienso en la niña protagonista de esta novela en Brooklyn,
Francie, (que a mí me apetece leer con “che”, Franchi, porque me recuerda a una
amiga querida), en cómo la lectura la va introduciendo de un modo muy diferente
en el aprendizaje de las cosas más cotidianas, en la obligación del trabajo, en
cómo ahorrar unos centavos que mete en una hucha de lata -de una lata de
leche condensada clavada al suelo del armario-, en cómo sobrevivir en unas
condiciones miserables, sí, pero manteniendo el orgullo, la dignidad.
La Biblia protestante procede de un hotel en el que su tía
Sissy mantiene relaciones incestuosas con un hombre. El ejemplar de las obras
de Shakespeare, de la biblioteca pública, tan roto y gastado que se lo venden
por unos pocos centavos. Todo es prestado, feo, gastado, precario, dudoso en esta novela. No
hay nada limpio y nuevo excepto el estado de ánimo de la pequeña cada mañana, antes de ir al
colegio, en el que aprenderá por fin a depender de su conocimiento, el arma más
valiosa.
Cada día coge un libro de la biblioteca, pero el mejor día
es el sábado, en el que se sube a la escalera de incendios de la casa con una
almohada y se sitúa por encima de los árboles, protegida y observándolo todo
mientras va avanzando en la lectura de su nuevo libro. Lee por orden alfabético
cada uno de los ejemplares de la biblioteca, así que lo abarcará todo, desde
tratados incomprensibles hasta las delicias de May Alcott.
La lectura como arma salvadora, como llave de conocimiento y
libertad, es en esta novela un personaje más, silencioso, en el que se refugian
los que sienten ante el mundo más que rabia y conformismo y buscan darle un
sentido para quizá algún día llegar a ser alguien en la tierra de las
oportunidades. No he terminado de leer la novela pero me gusta porque mantiene
la esperanza. La lectura, y con ella la educación, nos hace libres, siempre.
–Madre, soy joven. Tengo dieciocho años, soy fuerte. Voy a trabajar duro. Pero no quiero que esta criatura crezca para ser una simple bestia de carga. ¿Qué debo hacer, madre, qué es lo que debo hacer para construir un futuro mejor para ella?
–El secreto está en saber leer y escribir. Tú sabes leer. Todos los días debes leer a tu hija una página de algún libro; todos los días hasta que ella aprenda a leer. Entonces ella deberá leer todos los días. Ese es el secreto.
Betty Smith, Un árbol crece en Brooklyn.
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