Leer en Nueva York es fácil, es preciso. Cada nuevo aviso en una línea de metro que ha sido modificada te hace estar pendiente de la palabra escrita. La gente lee. Doris Lessing, veo hoy mismo que lleva un chico, Faulkner, Steinbeck y los best seller de este verano que desconozco, o los misterios que contiene el libro electrónico que no logro desentrañar.
Las librerías se encuentran con bastante frecuencia, quizá no tanto como en París o Londres, pero se sienten. La biblioteca pública está llena y hay un respeto latente por los libros y por esos lugares en los que se encuentran, da igual, biblioteca o librería. En Strand hay un enorme mostrador de madera al fondo donde la gente vende sus libros no deseados. Hay bastante gente el día que lo descubro y me da un poco de pena por aquellos que abandonan. Creo que el americano es práctico y que valora enormemente tener una educación. En los espacios públicos se guarda silencio e intentas no rozar al que va a tu lado en el metro o al que se sienta a tu lado, estés donde estés.
Las lecturas en un idioma que no es el propio se convierten en lecturas de instituto en las que aún no éramos capaces de apreciar el estilo y solo queríamos terminar el libro en cuestión. Me defiendo, sin embargo, en inglés, y a diferencia de en otros países europeos, aquí da igual como lo hables, si tienes o no una buena pronunciación. Me dice Carla, "¿Pero no ves que aquí hay mil acentos? No hay una única manera de hablarlo. Todos nos entendemos, no hay un único idioma" Y es verdad. La mezcla de culturas es enorme y las variantes del inglés son muchas. Y a diferencia de en Europa, no es el neoyorquino elitista en este sentido, no te miran mal ni te dan de lado por no hablarlo con el acento correcto. ¿Cuál es el acento correcto, por cierto? "Lo hablas perfectamente", me han dicho en un par de ocasiones en el viaje. Bueno, es un alivio. Uno va con la vergüenza de sentirse tarado de algún modo, por no hablarlo con la fluidez que le gustaría pero hay que lanzarse a hablar, a leer, a ser uno mismo en otra lengua, a reírse de todo empezando por nosotros mismos. Qué placer en ello, qué libertad.
Volveré a Nueva York. Ya lo sé, ya lo tengo claro, y espero que mis lecturas y mi lenguaje sean otros, quizá mejores, quizá simplemente diferentes. Esta ciudad es una sorpresa maravillosa, así que espero
casi cualquier cosa.
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