domingo, 12 de octubre de 2014

De la Leonora de Poniatowska no había escuchado solo elogios, así que afronté su lectura con cautela. No sabía de la pintora demasiado, apenas su parte más escandalosa o pintoresca: que había estado en un manicomio, con esa especie de morbo en la noticia de que un genio padeció la locura y por ello era genio, y más morbosa aún tratándose de una mujer guapa que se codeó con los surrealistas y que finalmente se adhirió de algún modo al movimiento pictórico. Pero lo que he descubierto gracias al libro de Poniatowska es todo lo demás, que resulta fascinante. Y lo es, por un lado, por todo lo que la vida de la pintora mexicana tiene de interesante, y por otro, debido a la prosa de la escritora que es Poniatowska.

Supongo, conociendo a la autora, que le tuvo que atraer hasta lo indecible la figura de la pintora una vez leyó y supo. Una mujer compleja y sumamente inteligente que se enfrenta a la rigidez de la sociedad inglesa y a una clase social excluyente que mira con desprecio al artista y para la que la mujer solo ha de hacer un buen matrimonio y vivir dependiente del hombre. Pero Leonora, artista, pensadora, escritora, veía el mundo de manera muy diferente, y tras múltiples desventuras decide, en un momento crucial de su vida, tras un traumático internamiento en un manicomio, cruzar el charco y plantarse en México, donde descubre ese surrealismo del que venía ya pero que en México era tan notorio que espantaba. La imagino con Max Ernst en esas preciosas descripciones de sus días soleados en Francia, enamorados, haciendo vino juntos, hasta que la guerra borra el sueño de ambos. La imagino internada, en las habitaciones de la clínica, derrumbada por la droga que le introducen para paliar su dudoso -así lo deja entrever Poniatowska- problema mental. La veo en México y en Nueva York, rodeada de sus hijos, de sus amistades, de todos los grandes hombres y mujeres que conoció y cuyos encuentros Elena Poniatowska nos narra con el placer del narrador que parece haber asistido a esa vida que se nos muestra, a veces tan profundamente que sonroja, observadores somos los que la miramos sin afeites y tan real entre las cortinas, apenas escondidos. Y ella se muestra alocada, fumadora compulsiva, genio de pinturas de animales con cabezas de hombres, el caballo, la yegua, el dolor.

Todo eso fue o al menos así lo parece tras leer la biografía de Poniatowska, tan delicadamente escrita que da la sensación a veces de que la que habla es la propia Leonora. Olvidamos a la autora mexicana, nos quedamos solos con la pintora. Resulta apabullante y a veces opresiva la prosa, el acercamiento milimétrico al pensamiento, a lo que sentía en cada instante. Su visión del mundo no creo que trastornado, más bien plagado de grandes ideas y poco tiempo para realizarlas, esa sensación propia del artista de querer siempre más, de no estar nunca conforme. De todo ello trata Elena Poniatowska en esta excelente biografía que recomiendo leer de una sentada siempre que estemos advertidos de que el poso de la narración, el estilo, hará que lo narrado nos perturbe durante días. Hermosísimo libro.

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