domingo, 2 de noviembre de 2014

Armada de palabra

Hay momentos en los que no se puede leer aunque se quiera. Las palabras acaban cayendo en un vacío que no es únicamente el olvido de la memoria provisional que no almacena lo que los ojos leen, sino un olvido de la parte inconsciente de uno mismo, la conexión entre memoria y disfrute sin tapujos. 

Cuando una preocupación nos atenaza y nos oprime por dentro como si quisiera matarnos, la parte consciente permanece imperturbable y presente sin dejar que la imaginación y la conciencia se relajen un segundo en lo inconsciente, y es entonces muy difícil dejarse llevar por la lectura, ese modo de abandono tan apasionante cuando llega que nos aleja del mundo real y nos lleva a donde queramos, dependiendo del libro que hayamos elegido para ese momento.

En periodos secos como este que vivo, tengo la escritura al menos, desde la que las ideas escondidas pueden aparecer y colarse en mi conciencia -ojalá- para insuflarme esa irrealidad que necesito, esa fantasía de la que nacen siempre las buenas ideas, los mejores ánimos y la aplicación a la realidad que es la vida y que tan duramente nos atormenta a veces. 

Leyendo y no leyendo estos días a Sillitoe y sus memorias, La vida sin armadura, que ha publicado Impedimenta este otoño, me sorprende ese mundo europeo tras la Segunda Guerra Mundial entre la clase humilde en Inglaterra. De Nottingham huyó el autor para ver mundo y en Malasia contrajo tuberculosis. De la enfermedad al reposo y más tarde al descubrimiento progresivo de los autores de la literatura universal y de ahí ya definitivamente a ser consciente de que sin la literatura no podría vivir, porque escribir era lo único que sabía hacer. No sabe cómo, explica, pero con eso se ganará la vida. 

Siempre he sentido eso mismo. Era imposible que gustándome esto y haciéndolo bien, casi lo único que hago bien de verdad, no pudiera dedicarme a ello. Y así ha sido hasta ahora. Lectura, escritura y corrección, acostarte con la palabra, levantarte con ella, estar lleno de ella hasta llorar de felicidad por ser tan afortunada de poder dedicarme a lo que más amaba y para lo que estudié. Ahora no sé muy bien si seguiré por aquí, si los hados y la suerte, la puñetera suerte, más el esfuerzo, van a hacer que continúe el camino de letras, mi particular camino de baldosas amarillas, si los acontecimientos me seguirán llevando por lo que elegí. Confío en que sí y espero que en cuanto me relaje un poco y me adapte al medio, este noviembre extraño que parece un septiembre de un verano reciente, me permita abrir un libro y leer, abandonarme en los momentos de descanso en la búsqueda de mi espacio en el mundo. En el de la palabra, que es el que conozco y me acepta.

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