lunes, 4 de julio de 2016

Las evocaciones que trajeron la palabra y los silencios

Es gratificante ver confirmado un pensamiento que nos había llevado a terrenos oscuros de los que ya no podíamos salir, pero en los que de algún modo sabíamos que era necesario sumergirse para dotar al pensamiento de certeza.

Los géneros literarios delimitados, necesarios para ordenar bibliotecas, ampliar catálogos y escribir críticas, no son ya lo que fueron o no al menos como los conocimos en la escuela. Ando estos días leyendo la obra de Isabel Moreno y me encuentro primero con Pasos, su ficción de textos breves (jijaos que no digo cuentos, ni artefactos, ni piezas literarias) en las que los individuos se conocen en espacios fabricados por las palabras, las del narrador, que los sitúa en el escenario y los controla en todo momento dotándolos de fuerza y de presencia. Hay algo de pictórico y luminoso en lo que nos contaba la autora en ese primer libro que se prolonga de manera natural en el último, Ley matinal.


 

No es, sin embargo, la obra una continuación de Pasos, aunque haya un ejercicio narrativo similar. La brevedad de los textos, la necesidad de que cada evocación del narrador sea invocada por el recuerdo más que por la inmediata descripción de lo que se está viviendo, los espacios ocupados por los cuerpos sin voz casi siempre, o con muy poca, la conversación silenciosa, las derivas lingüísticas que rozan lo poético. Las palabras son tan concisas, las que los unos se dicen a los otros, que son más importantes los silencios, preámbulo del conocimiento del que nos acompaña, del que está a nuestro lado. En las pausas los conoceréis, parece decirnos el narrador que todo lo sabe. En lo no dicho hay tanta vida que da miedo.

Este hombre, mujer, objeto que narra, observa las cosas buscando lo que ocultan: «Siento que ahí está el lenguaje, esperando como un exceso a punto de concretarse». Y vaya si lo encuentra y lo nombra. Cada uno de los textos se explaya lingüísticamente sin que sepamos dónde nos dejará, dónde acabará la palabra.

Las historias son una especie de sueños. Partiendo de lo real terminan en lo onírico. El excelente manejo del lenguaje, la riqueza del léxico, la búsqueda del término adecuado y por fin el encuentro con el lector provocan el reconocimiento para los que estamos del lado de la vida dolorosa, no del sueño y el goce de la imaginación de la autora de Ley matinal.

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